Nota en El Espectador
a Gustavo Costas
Aunque llegó cuando el semestre ya había iniciado y se encontró con una nómina débil, logró construir un equipo fuerte mentalmente.
A los pocos meses de debutar como futbolista con Racing de Avellaneda, el equipo de sus amores, Gustavo Costas seguía trabajando como celador en una empresa de telefonía en Buenos Aires. Debía encargarse de su familia porque su madre no trabajaba y su padre había sido operado del corazón. Por las mañanas entrenaba, y justo cuando su técnico daba el pitazo que anunciaba que la sesión había terminado, salía rápidamente a las duchas, se alistaba y corría a cumplir con su jornada laboral.
Tras varios días siguiendo esa rutina, Carlos Cavagnaro, quien era el técnico del equipo le gritó: “Costas, ¿cuál es el afán suyo para salir?”. Con respeto Gustavo se acercó a su DT y le respondió: “Debo ir a trabajar. Acá en el club aún no me pagan, así que para ayudar en mi casa me toca buscar plata”. Con asombro, Cavagnaro lo mandó a que renunciara a ese puesto y que regresara por la noche a la sede del club para ver qué se hacía. Eso hizo Gustavo, y sin saber cuál sería su futuro, renunció y volvió por la noche al club. Cuando lo hizo ahí estaba Cavagnaro, quien había hablado con el presidente para que le comenzaran a pagar. “Pasé de ganar 200 pesos a una muy buena plata”, recuerda Costas, quien con ese club se consagraría más adelante.
En 1999, después de retirarse del fútbol activo, en Gimnasia de Jujuy, Racing atravesaba una de la peores crisis. No había plata ni para una botella de agua, los resultados deportivamente eran negativos y ya cuando estaba a punto de liquidarse los socios por votación eligieron a Humberto Maschio y Gustavo Costas como dupla de entrenadores, gracias a su pasado y vínculo con la institución.
Así que la primera experiencia de Costas en el fútbol fue con un equipo disminuido, una nómina limitada y en la que sería fundamental el trabajo de motivación para que los futbolistas respondieran en la cancha. No obstante los resultados no se dieron y terminó saliendo a dirigir a Paraguay, en donde se consagraría.
Pero esos días en Racing, más los malos momentos que sufrió en su infancia, en los que no sobraba nada y había que acostumbrarse a vivir con lo justo, formaron al hoy entrenador de Santa Fe. De los golpes aprendió y de ahí su fortaleza para salir de las dificultades.
Tras consagrarse en Paraguay, Ecuador, Perú y Colombia, cuando conquistó el título con Independiente Santa Fe en 2014-2, Gustavo pasó al fútbol mexicano a dirigir el Atlas, pero le fue mal. Salió por la puerta de atrás y él, acostumbrado a ganar a donde llegaba, aprendió a tener la cabeza arriba también en las derrotas.
Así que regresar a Santa Fe era un reto para él, sobre todo para demostrarse a sí mismo que lo de México fue sólo un bache y su talento para dirigir seguía intacto. Y no fue fácil, pues se encontró con una nómina común y corriente, en la que las grandes figuras de su etapa anterior en el club cardenal ya se habían ido o los que estaban ya no eran los mismos, como el caso de Ómar Pérez o Yulián Anchico.
Pero Costas es un ganador y un motivador. Entendió que con las herramientas que tenía no podía hacer el fútbol que a él más le gusta, pero sí podía triunfar. Y por eso, poco a poco, comenzó a hacer cambios en la forma de jugar del equipo y en los nombres de quienes jugaban como titulares.
A la gran mayoría de jugadores ya los conocía, así que sólo sería cuestión de motivarlos para que se creyeran el cuento de que eran buenos. Y a los que no conocía, como Ánderson Plata, Humberto Osorio Botello o Jonathan Gómez, por mencionar algunos, el objetivo era convencerlos de que “ganar no es lo más importante, lo es todo”, su frase de batalla.
Apenas terminó Santa Fe su participación en la Copa Sudamericana y quedó eliminado de la Copa Colombia, Costas se pudo dedicar a trabajar. Antes los viajes y el calendario apretado no lo habían dejado. Así que pudo identificar los problemas que tenía su equipo y comenzó a solucionarlos.
Un ejemplo es lo ocurrido con Yeison Gordillo, quien estaba cinco kilos encima de su peso ideal y no estaba entregando bien la pelota. Así que Gustavo Costas y su cuerpo técnico diseñaron un plan de trabajo para recuperar al volante vallecaucano. Por cerca de un mes lo dejaron de convocar y lo pusieron a trabajar aparte del grupo. Cuando bajó el sobrepeso regresó y se quedó con la titular. “Le agradezco al profe porque confió en mí y ahora me siento mucho mejor”, reconoció el propio Gordillo cuando marcó gol en la serie de los cuartos de final ante el Medellín.
Y ese es sólo un ejemplo del trabajo que hizo el DT argentino para construir este Santa Fe campeón, una plantilla sin muchas figuras, pero repleta de obreros que supieron darle una nueva alegría decembrina a la hinchada cardenal.
En el arco le dio la confianza a Leandro Castellanos, acostumbrado a ser suplente. En la defensa se la jugó por Héctor Urrego, quien anoche marcó el gol del título, y José David Moya, que tampoco venía sumando minutos. En el medio campo recuperó a Yeison Gordillo, Sebastián Salazar, Juan Daniel Roa y Leivin Balanta. Además en el ataque llenó de confianza a dos delanteros discutidos: Ánderson Plata y Humberto Osorio Botello. No sólo eso, con la final ganada ante Tolima, completó 15 partidos sin conocer la derrota, cifra que espera seguir aumentando el próximo año.
Costas sigue demostrando que es un ganador y que tiene jerarquía. En 2017 tendrá un nuevo reto en la Copa Libertadores de América, torneo para el que Santa Fe deberá reforzar su nómina, si es que quiere pelear por el título continental. Un central, un par de volantes ofensivos y dos delanteros de jerarquía los principales pedidos del DT argentino, quien quiere seguir ganando, como se acostumbró a hacerlo.